El concepto de sostenibilidad en arquitectura y urbanismo necesita discernir qué puede ser sostenible, en cada momento, para un determinado grupo social, en su circunstancia y nivel de desarrollo económico y cultural específicos, y qué para el resto de grupos que coexisten con él, conscientes de que el proyecto es hijo de una época pero que, construido, nace con vocación de permanencia física en la realidad más allá del lapso temporal vital de sus promotores y del uso inicial que éstos pretendan.
Para precisar la componente temporal de la sostenibilidad, sería preciso conocer y tener en cuenta la existencia de dos decalajes respecto de la línea temporal: uno profesional, intrínseco a nuestra actividad proyectual y otro social, extrínseco a nuestro trabajo y relativo a la diversidad humana y su distinto grado de desarrollo. Ambos decalajes están además vinculados entre sí.
El decalaje temporal profesional está relacionado con los periodos de maduración e implantación de los conceptos contenidos en toda actividad humana, que en el caso de los proyectos de arquitectura y urbanismo son dilatados y costosos. Los conceptos arquitectónicos y urbanos se plasman de modo extendido en la realidad a posteriori de quienes los conciben, de la época en que se pergeñan, y en función de los diferentes grados de desarrollo social y económico. Esta circunstancia nos obliga a tener cierta paciencia para la obtención de los resultados esperados.
El decalaje temporal social está relacionado con la existencia de diferentes sociedades, culturas y grupos humanos en el mundo, con diferentes grados de desarrollo económico y sociocultural entre sí y aún dentro de ellos, de modo que conceptos asumidos en un determinado ámbito no lo son en otro, por avanzados o por superados, aunque, en todos los casos pudieran ser considerados como adecuados para su grupo. Además, existen entornos donde las necesidades elementales de la persona no están resueltas, siendo ilógico platear taxativamente soluciones cláramente sostenibles salvo en sus acepciones más básicas.
Los arquitectos hemos de ser conocedores del tramo de línea temporal de cada proyecto en que nos toca ejercer nuestra profesión y, aplicando el sentido común, plantear nuestras soluciones desde el deseo de satisfacer a la sociedad a la que servimos, conscientes de los decalajes temporales mencionados y de la existencia de un mundo complejo del que somos una parte. Hemos de asumir que los recursos del entorno físico son limitados y sensibles, y que también deben servir a generaciones posteriores; y en la medida que podamos, debemos combatir el lucro injusto, pero sabedores que la implantación de nuestras soluciones tiene un coste que se traduce en dinero.
No me convence hablar de arquitectura o urbanismos sostenibles como tampoco de arquitectura resistente, urbanismo útil o arquitectura estética, salvo que estemos hablando de los aspectos específicos de ambas disciplinas. Tampoco estoy de acuerdo en quienes dicen ejercer arquitectura o urbanismo sostenibles, ya que sería tan absurdo como proclamarse especialista en arquitectura que no se cae o en la que no te mojas cuando llueve. Solo cabe hablar de arquitectura o urbanismo, tratando de diferenciar lo que los hace buenos o malos, lo que les confiere valores apreciados por la sociedad, lo que les dota de una determinada permanencia.
Si desde la antigüedad clásica hemos hablado de arquitectura como un equilibrio entre utilitas, firmitas y venustas, que en cierto modo podía llevar implícito trazas del actual concepto de sostenibilidad, quizás sea llegado el momento de introducir ésta decididamente como un elemento necesario e inherente a la arquitectura y el urbanismo. Si somos hijos de una época y depositarios de un devenir histórico y cultural; si vivimos en una determinada sociedad pero somos conscientes de que convivimos con otras sobre un planeta con el que formamos una compleja unidad físico-biológico-andrológica que deambula por el espacio, la única opción es que la arquitectura y el urbanismo, como disciplinas, aspiren a ser sostenibles teórica y prácticamente.
Quizás sería el momento de añadir a la clásica triada vitrubiana “utilitas, firmitas, venustas” un cuarto concepto, el de sostenibilidad. Y lo podríamos hacer mediante una palabra inventada, si me permitís la licencia:
UTILITAS, FIRMITAS, VENUSTAS Y SOSTENIBILITAS