MERCADO CENTRAL DE ZARAGOZA: RESTAURACIÓN Y CIUDAD HISTÓRICA

El centro histórico de Zaragoza es fruto, más allá de la realidad física geográfico climática consustancial, de su devenir histórico que ha producido diferentes manifestaciones y evoluciones tanto en su forma física como en la manera de apropiarse del territorio urbano, de ordenar las diferentes actividades económicas y de dar respuesta a las inquietudes y necesidades de sus habitantes, consecuencia casi siempre de la luchas de poder dentro de las sociedades de cada época.

Si observamos nuestra ciudad histórica podemos encontrar, diseminados en su trazado, elementos que parecen estar siempre en el mismo sitio, inmunes al paso del tiempo (zonas de culto, zonas de comercio, zonas de ejercicio del poder…) y que constituyen bien factores de progreso en el desarrollo urbano bien vínculos de unión espacio-temporal que cosen el discurrir de la historia y el espacio físico. Los ciudadanos de hoy, percibimos estos elementos como permanencias, manifestadas casi siempre por la presencia de monumentos; por la persistencia de oficios o actividades; por nombres de calles y barrios o por tradiciones. Es un fenómeno que se produce de igual forma en las ciudades históricas europeas, pero que se manifiesta en cada una de forma diferente, y por tanto distinguiendo y enriqueciendo a cada una. La riqueza de la diversidad.

En el entorno del Mercado Central de Zaragoza, encontramos diferentes elementos que constituyen estas permanencias: la edificación de Félix Navarro se levanta sobre la antigua plaza medieval del mercado, tras arrasar parte de las viviendas existentes en un lateral de la misma y, con ellas, restos de la muralla romana similares a los que aún podemos observar despejados de construcciones en el último tramo de Av. César Augusto. A su vez sabemos que en el entronque con la c/Manifestación se encontraba la Puerta de Toledo, lugar de acceso solemne desde el Palacio de la Aljafería y que se convertiría en la cárcel que retuvo al Justicia Juan de Lanuza antes de su decapitación en la misma plaza del mercado, plaza que además de penas capitales también acogía torneos y corridas de toros, y que llegó a ser el lugar de reunión más importante de la ciudad. Mas cerca del Ebro, junto al Torreón de la Zuda y frente al actual Puente de Santiago se encontraba la Puerta de San Ildefonso, también conocida como Postigo del Mercado, ya que conectaba con la plaza del mercado, derribada definitivamente en 1904 tras la inauguración del mercado central. Y junto a ella una rampa para acceder a una barcaza que permitía pasar al otro lado del Ebro y cuyo recuerdo del siglo XX nos ha llegado como la barca del Tío Toni. Y podríamos hablar de la propia Zuda, de San Juan de los Panetes, de... Murallas, puertas y mercado quizás sean la clave para entender el entorno en que nos movemos.

La primigenia plaza del mercado era pues un lugar de compra-venta, de relación humana y de representación de liturgias ciudadanas desde la imposición de la justicia a la diversión.

A medida que se va constriñendo el uso de la misma al comercio detallista, surge la necesidad de protección frente a las inclemencias climáticas y de dotarla de equipamientos sanitarias acordes con los nuevos tiempos.

Es así como en 1903 se construye el Mercado Central, un caparazón que agrupa y cubre los diversos puestos que concurren al mercado público: los puestos no surgen del nuevo edificio que los contiene, sino que éste se sitúa sobre ellos. El espacio que se produce es una representación del espacio libre, y en su interior los puestos particulares se disponen como pequeños edificios a lo largo de calles y plazas interiores, con carácter, sin embargo, de exteriores. Transparencia y liviandad en un edificio público de dimensiones reservadas en otros tiempos a grandes iglesias y catedrales.

El edificio de Félix Navarro responde así a los condicionantes tipológicos de mercado central de la época, aquellos que caracterizaban la idea de mercado que había de servir de norma al modelo de mercado y por ende al resto de edificios que a tal fin se construyeran: la transparencia del edificio, la monumentalidad del espacio y la liviandad de la estructura de acero.

Esta disposición, esta transparencia, supone la continuidad del modo de ejercer la actividad entre la plaza primitiva y el edificio de Félix Navarro, y ha sido recuperada en parte por la actual intervención, ya que la rehabilitación de 1986, a la que hay que agradecer la salvación del inmueble, se desentendió de este modo de funcionar del edificio, logrando un resultado final incompleto.

La Arquitectura se constituye en la ciudad mediante las viviendas y los monumentos. Mientras aquellas, pese a su ciclo de vida o consumo cada vez más rápido, dan forma al ambiente urbano, estos son elementos que tienen una función primaria en la estructura ciudadana, permaneciendo firmes y persistentes en la dinámica urbana que tiende a destruir las viejas construcciones mientras que costumbres, hábitos, grupos sociales, funciones, intereses cambian inexorablemente el uso y la forma de la vieja ciudad.

Los monumentos son puntos fuerza en el trazado urbano, los ciudadanos asumen su permanencia igual que comprenden y aceptan la renovación del parque de viviendas. Por ello el monumento, Mercado Central en este caso, más allá de su valor artístico, es portador de un potencial urbano que conforma una compleja articulación morfológica con el trazado de la ciudad.

Pero a veces, esta descomposición de los ambientes urbanos alcanza también a los monumentos, en circunstancias especiales de sociedades poco evolucionadas; periodos de opresión o escasa participación ciudadana en los centros de poder; de preponderancia de determinados intereses económicos en la planificación de la ciudad; de supremacía de determinadas ideologías político-culturales; de escasa conservación y mantenimiento de los inmuebles; por dejadez o falta de recursos, todos ellos emotivos que producen obsolescencia funcional, abandono o ruina, premeditados o inducidos.

Con el discurrir del tiempo, el Mercado Central de Félix Navarro fue cayendo en el abandono conforme sus instalaciones quedaban más y más obsoletas. Ruinoso, ajado, destartalado, dejado a la más o menos bien intencionada iniciativa individual de cada puesto de venta, sin planes de mantenimiento mejora y adecuación a los nuevos tiempos, cada vez más débil frente a los nuevos centros de consumo que se le mostraban refulgentes a una sociedad zaragozana en pleno desarrollismo económico que además trataba de seducirla, no sin razón, con la promesas de nuevos barrios más modernos con viviendas mejor dotadas, lejos de los barrios tradicionales; sometido a la presión de las nuevas vías de circulación como el Puente de Santiago, inaugurado en 1967 y los planes de apertura de la vía Imperial (hoy Cesar Augusto), necesarias para dar paso al coche, dueño y señor del desarrollo urbano de los años 70, el Mercado Central fue condenado en 1968 a la demolición por el Nuevo Plan General de Ordenación Urbana, el Plan Larrodera, siendo fijada su pena de muerte, como un nuevo Juan de Lanuza, en el primer trimestre de1976 fecha en que vencía la prorroga dada a la concesión a los detallistas otorgada por el Ayuntamiento.

Pero ocurrió lo impensable: pese a que los mayoristas se trasladaron al nuevo Mercazaragoza, y en 1977 ya había desaparecido la manzana entre c/Cerdán y Escuelas Pías hasta el Coso, el activismo de la Asociación de Detallistas, al que se unieron diversos colectivos políticos  sociales y culturales (que incluso utilizaron los sótanos del mercado para diversas actividades) y el Colegio de Arquitectos, junto con el nuevo ambiente político y social que se respiraba en el país, que permitió el surgimiento de las primeras asociaciones de vecinos, como la Lanuza Casco Viejo, tan activa en la campaña de recogida de firmas a la que se respondieron masivamente los zaragozanos, fue logrando diversos tantos a favor del mercado hasta que en 1978 el Mercado Central fue catalogado como Monumento Histórico-artístico lo que supuso sin duda la salvación del inmueble.

Aun habría que solventar ciertos riesgos, como los postreros intentos de conversión en centro cívico o de traslado a otro lugar menos molesto para los intereses de aquellos que creen que la arquitectura histórica debe de conservarse como en un museo, embalsamada, privada del uso que le dio razón de ser o reducida a una función meramente turística, simbólica o nominal, alejada de su presencia en la memoria colectiva, lo que sin duda también hubiera constituido la muerte del Mercado Central.

Finalmente, la corporación presidida por el alcalde Sainz de Varanda tomó la decisión de restaurar el Mercado Central manteniendo su uso y lugar originales, intervención que finalizó en septiembre de 1986 y que salvó al edificio de sus graves achaques estructurales pero que en nuestra opinión no consiguió preservar los valores tipológicos del inmueble: la transparencia del edificio, la monumentalidad del espacio y la liviandad de la estructura de acero.

En cuanto a la recién terminada intervención en el Mercado Central, creemos que es más que correcta, ya que en nuestra opinión ha primado el monumento, sus necesidades objetivas (en el sentido de necesidades ciertas del inmueble en materia estructural, instalaciones y salubridad) y las necesidades objetivas del entorno humano, sobre la manera de pensar o de sentir del restaurador, con sus teorías, doctrinas, ideologías o escuelas con las que pueda identificarse procurando la comprensión y valoración equitativa de las dimensiones esenciales del monumento (la documental como registro de hechos históricos, la arquitectónica como poseedor de características estilísticas y técnicas que yo atribuiría al Eclecticismo más que al Modernismo, y la significativa, como portadora de sentimientos recuerdos y valores para la sociedad y las personas), y la definición de su autenticidad no en función exclusivamente de la originalidad de la materia, sino de la capacidad de esta para garantizar la permanencia de esos valores esenciales.

Creemos que debería de haberse profundizado en lograr una mayor transparencia interior en el edificio, liberando más los pilares metálicos y acentuando la percepción de los diferentes puestos como exteriores dentro de una cubierta que los ampara, pero reconocemos la exigencia de los condicionantes económicos y funcionales de nuestra época y, en todo caso, debemos felicitarnos por haber recuperado un edificio mercantil que será mejor o peor que otros, pero que es el nuestro y que se ha conformado así gracias a un proceso histórico único que lo hace reconocible, y con él a la ciudad, en un mundo en el que todo tiende a la uniformidad.

La actuación en el Mercado Central es un ejemplo para todos. Pensamos que el centro histórico de Zaragoza se puede recrear continuamente en torno a sus monumentos, si evitamos caer en meras actuaciones escenográficas o ambientales, verdaderas ciudades de decorados o de Potemkim, que sólo consiguen certificar la muerte de las mismas. Quienes han optado por reducir los centros históricos a un momento de la historia de la ciudad, y han comprimido la dinámica urbana dentro de aquella forma, es decir, los que han optado claramente por la restauración ambiental o estilística, sólo han conseguido decorados sin alma, ruinas más o menos restauradas o restaurables.

La actual intervención en el Mercado Central recuperando su tipología, conservando el uso y manteniendo la esencia y memoria documental y significativa del lugar y el monumento, aprovechando la energía latente en él, nos permite recuperar y mejorar un nodo de  conexión esencial en la vida urbana de Zaragoza, asegurando la conexión con el resto de monumentos de la ciudad tradicional, los recuperados y aquellos que esperan una intervención (palacio de Fuenclara, antigua Escuela de Artes y Oficios, Averly y tantos otros menos conocidos) con los que conforma una estructura urbana de puntos fuerza que se trama con la edificación residencial, como pasta con la que modelar y reconducir la esencia de su trazado histórico, que nos conecte con la historia y singularidades de todos aquellos que han vivido, y vivirán, en el lugar social que hoy conocemos como Zaragoza.

 

 

 

 

Este texto surgió como preparación de nuestra intervención en el programa OBJETIVO de Aragón Televisión, de emisión el día 17 de febrero de 2020.

 

 

        

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