Arquitectura y sostenibilidad (I)

Para poder construir un concepto de sostenibilidad en arquitectura y urbanismo en el que puedan apoyarse las diversas acepciones de un término que corre el riesgo de corromperse por su uso indiscriminado en todos los ambientes sociales, políticos y económicos, incluso en aquéllos que denuestan las actitudes sostenibles, sería necesario convenir en establecer una base firme que proporcionara a todos los agentes que intervienen en los procesos edificatorios y urbanísticos un punto de partida común e inequívoco desde el que entenderse inicialmente y contemplar la meta a la que queremos llegar, que debería ser la razonable satisfacción las necesidades presentes de la sociedad y sus miembros sin comprometer la resolución de las necesidades futuras, la disponibilidad de los medios para hacerlo ni el entorno físico en el que habrán de ser resueltas. En mi opinión, esta sustentación del concepto de sostenibilidad habría de girar en torno a los conceptos de sentido común y línea temporal.

El sentido común es ese saber innato de generaciones, fruto de siglos de prueba, fallos y aciertos en la resolución de problemas básicos a los que se han enfrentado los diferentes grupos humanos, que reside en la memoria colectiva de éstos y se manifiesta inconscientemente en cada individuo del mismo cuando se enfrenta a problemas o decisiones para los que no está específicamente preparado.

Este sentido, hoy ignorado muchas veces cuando no ridiculizado si procede de sectores sin formación académica, radica en nosotros, arquitectos, en tanto en cuanto somos miembros de una determinada sociedad y está más o menos oculto en función de nuestra personalidad, ego y formación. Lo podemos, y debemos, vincular con nuestro trabajo mediante una cierta actitud humilde y discreta en nuestra actividad; la lógica en la aplicación de los conocimientos adquiridos; el sentido de pertenencia y servicio a un determinado grupo social, ya sea más o menos local o universal; el conocimiento de los entornos físicos e históricos en que se ubicará el diseño que planteamos, y el estudio de las necesidades, recursos y potenciales de la sociedad en la que éste se incardinará.

El concepto de línea temporal se referiría aquí al periodo en que una construcción o un asentamiento urbano es capaz de satisfacer adecuadamente, y con razonables costes medioambientales y económicos, necesidades de un grupo humano, sin que estas sean necesariamente las mismas durante todo el periodo ni coincidan con las que originalmente la motivaron. Así, cada intervención tiene una línea temporal que iría desde su concepción hasta su desaparición producida por la pérdida de función, sin que exista otra que la pueda reemplazar a coste razonable, salvo que circunstancias o valores significativos para la sociedad aconsejen su conservación, con lo que nos encontraríamos con los conceptos de monumento o permanencia (y un nuevo debate sobre cómo conservar).

Desde un punto de vista de sostenibilidad parece lógico procurar que la línea temporal de nuestros proyectos sea lo más extendida en el tiempo posible, ya que el consumo de recursos, naturales y económicos, parece habría de ser menor. Pero esto será así si sus creadores han tenido presente criterios de sostenibilidad, contención y durabilidad en el uso de materiales de construcción; criterios de facilidad y economía de mantenimiento de la edificación y sus instalaciones; criterios de adecuación al entorno físico y climático donde se ubica; criterios de idoneidad al grupo social que lo va a usar y a su previsible desarrollo socioeconómico y criterios de diseño abiertos a cambios futuros de uso. Estos criterios, aplicables con un adecuado estudio de la sociedad, la historia, el entorno y la arquitectura, deberían complementarse con el convencimiento por parte del arquitecto de que la vocación de trascender y perdurar ha de surgir y centrarse en el edificio y no en su persona.

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